El sonido guía mi percepción, revelando múltiples capas invisibles de la realidad permitiéndome ver una dimensión profunda de mí misma, percepción que tomo, comparto y ofrezco con los lugares y las personas que encuentran su hogar en el cine y el arte.

Explorar esas sensaciones que surgen a través de la escucha es acercarse a los mecanismos sutiles que resuenan en nuestros hemisferios cerebrales, es un viaje continuo hacia el centro de esas ondas que surcan el aire, atraviesan el cuerpo y reverberan en lo más hondo, modulando el ritmo interno en este camino, un paso a la vez.

Esas ondas que recorren el espacio, que atraviesan piel y pensamiento. Cada tono, cada timbre, cada fuente sonora, abre un espectro amplio y compartido, tejiéndose en el aire y encontrando su sitio en la cultura, en la memoria colectiva, donde cada vibración permanece latente y traza una geografía sutil que transforma la manera en que habitamos el mundo, hasta llegar a alcanzar la frecuencia exacta, la longitud de onda precisa, donde cuerpo y mente se entrelazan con la pureza del sonido. Entonces, el flujo se vuelve río y, al cruzarlo, ya no existe retorno; esa resonancia persiste y nos une, nos habita.